La intimidad es, en algún sentido quizás lejano al que manejamos hoy a partir de las “redes sociales”, un espacio de construcción de la identidad. En nuestra intimidad convergen personas, conceptos, objetos, que definen nuestro modo de mirar, de vivir y de sentir.
En el mejor de los casos, es un refugio, siempre elegido. En el peor, una colección de situaciones que se superponen sin demasiado acierto ni concierto. La mayoría de las veces, es una combinación de ambas.
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En el caso de Nan Goldin, cuya obra fotográfica se vuelca en gran parte a retratar a su círculo más cercano, encontramos además una voluntad de encontrar y mostrar estas contradicciones y roces coexistentes, no sólo en lo íntimo, sino también allí donde hay humanidad.
Nacida en Washington en 1953 e hija de padres judíos, Goldin abandonó su casa natal en la adolescencia, luego del suicidio de su hermana mayor, Bárbara, y se mudó a Lincoln, cerca de Boston, donde vivió en distintos hogares de tránsito mientras terminaba la escuela.
Si bien empezó a tomar sus propias fotografías alrededor de los 15 años, en 1977 se graduó formalmente de la School of the Museum of Fine Arts, y también realizó cursos en la New England School of Photography, donde conoció a muchos de sus amigos y protagonistas de sus retratos.
Uno de ellos, Henry Horenstein, le acercó la serie Tulsa, de Larry Clark, que fue una inspiración para su obra – tanto por la estética como por la temática, especialmente en la serie La Balada de la Dependencia Sexual, donde aparecen la violencia de género, la amistad y los excesos, entre otros temas que marcaron el ritmo del movimiento under de 1970 y 1980, y también de su vida.
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Hacia 1978, Goldin se mudó a Nueva York, siempre con su cámara en mano y continuando el ejercicio de capturar momentos íntimos o cotidianos de su familia extendida, a quien ella llamaba “La Tribu”.
La Balada de la Dependencia Sexual, que la misma Nan define como el trabajo de su vida, nace como tal cuando, en 1979, trabajando como camarera en un bar en Nueva York, se le ocurre pasar sus fotos como un slideshow de diapositivas con un proyector de carrusel.
La muestra se fue repitiendo y distintos espectadores, a su vez protagonistas de los retratos, fueron agregando música a la obra.
La mirada de Goldin parece posarse siempre en los bordes, donde las luces y las sombras de quienes la rodean – y acaso de ella misma – se tocan.
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Drogas, sexo, muerte, enfermedad, son la cara opuesta de una moneda en la que la amistad, el amor, la confianza y la vida bullen al mismo tiempo, con la misma carga energética.
¿Por qué situaciones tan crudas y descarnadas aparecen tan cercanas bajo el lente de Nan? Porque eran cercanas para ella, y con esa naturalidad las retrataba – aunque no necesariamente de un modo desprendido.
La honestidad hacia uno mismo es el primer paso para construir esa identidad, verse y reconocerse. El arte y la fotografía son, también, refugios.
Los invitamos a andar con nosotros por este camino que nos propone Nan, de descubrir la intimidad, los bordes y contradicciones que existen en todos nosotros, y navegarla.
¿Qué pasa en la intimidad sin filtros? ¿Se puede compartir? ¿Se debe compartir?
La intimidad es nuestra. ¿Es nuestra?